BIOGRAFÍAS

No son el desaparecido, la asesinada ni la víctima. No son un número. Son Regina, Gabriel, Misael y tantos más. Son quienes fueron antes de que otros les arrebataran mucho. Y aunque pase el tiempo, aunque las palabras se vayan borrando, de ellos quedan vidas, recuerdos y huellas. Fueron periodistas pero también amigos, compañeros, padres, madres, hermanas. Recuperamos aquello que hacían, querían hacer. Su ser que les constituía antes que el horror. Las personas que siempre seguirán siendo.

Noel López Olguín

Noel López Olguín

Olguín le llamaban sus amigos y así lo recuerdan hasta hoy en Jáltipan, una ciudad pequeña en la zona petrolera de Coatzacoalcos y Minatitlán.

“¡Claro! Olguín, el chaparrito”, dicen los trabajadores del cementerio. Los sepultureros señalan hacia varios árboles cerca de la barda, marcan que por allá está su tumba.

Activo, movido y dicharachero lo describe Isidro Domínguez, quien fue su colega pero más todavía su amigo. Un compañero de aventuras que aún sonríe al pensarlo.

Cuando se conocieron trabajaron juntos en el periódico La Libertad. Era una chamba intensa: reportear de día, imprimir entre las 10 y las 12 de la noche, transportar los ejemplares de madrugada, repartir durante la mañana. Era mucho trabajo pero nunca pesado porque se divertían.

Isidro recuerda una vez que viajaron varias horas por carreteras en mal estado en busca de la nota. Llegaron hasta un lugar donde el carro ya no pudo avanzar y lo dejaron junto a un arroyo. Caminaron entonces un largo rato. Llegaron a destino, lograron su entrevista pero acabaron agotados además de hambreados porque no les invitaron ni comida ni bebida.

Tan amolados se veían que los lugareños les prestaron un par de caballos para que pudieran regresar sin tanto esfuerzo. Noel aceptó sin decir que no sabía montar, entonces pasaron del agotamiento a las risas, cuenta Isidro, porque el chaparrito andaba a caballo todo despatarrado sin la más mínima elegancia.

Noel López Olguín no estudió la carrera de periodismo, era “empírico” como llaman en Veracruz a los reporteros de oficio. Escribía y tomaba fotografías. Colaboró en al menos cuatro periódicos: La Verdad, Noticias de Acayucan, La verdad de Jáltipan y El Horizonte de Nanchital.

Sus colegas dicen que hizo muchas notas que pudieron incomodar porque era periodista y activista. Al menos dos veces fue amenazado por políticos. Fue militante del PRD, partidario de López Obrador lo cual entonces era poco común en la zona. Nació en Tehuantepec, Oaxaca, y siendo niño su familia se mudó a Jáltipan, una ciudad pequeña ahora pero muy importante siglos atrás en tiempos de la cultura olmeca. Noel era uno de los menores entre diez hermanos.

Isidro lo recuerda bañándose feliz en el río, llegando a claxonazos en su carro Tsuru para compartir una cerveza o un tequila cuando había dinero porque ganaban muy poco. Pero sobre todo dice que Noel fue un amigo de esos que responden llamadas a cualquier hora.

–No nos dejaba morir solos. Le gustaba su trabajo y como le digo era muy humanitario, la verdad. Ayudábamos a la gente junto a los problemas que siempre tenía alguna familia, algún niño que iban al hospital o que había que sacarlos del bote. En fin, muchas cosas de esas pues la verdad eran las que hacíamos juntos.

Tenía 45 años.

Se casó dos veces y tuvo cuatro hijos. Sus dos hijos mayores 21 y 19 años; la menor, Lesly Cristal, dos años y medio. Su esposa Mayra González Ventura, de 23 años, estaba embarazada cuando lo desaparecieron y asesinaron.

Vivían en una casa humilde de dos cuartos con patio de tierra.

Miguel Ángel López Velasco

Miguel Ángel López Velasco

Todos los días salía de su casa al mediodía y regresaba a las 2 ó 3 de la madrugada. Pasaba por el cuarto de sus hijos donde Yazmín fingía estar dormida para disfrutar más del momento en que su papá le daba un beso de buenas noches.

Muchas horas fuera estaba Miguel Ángel. Mucho tiempo en el trabajo pero sin grandes ingresos, con un sueldo apretado igual que la mayoría de los periodistas de Veracruz, dice Yazmín recordando que en años de devaluación subsistieron gracias al salario y las prestaciones de su mamá, empleada del seguro social.

Miguel Ángel Velasco nació en Veracruz, a donde sus padres decidieron mudarse desde su natal Oaxaca. Se fueron de aquel estado porque no veían futuro: sus abuelos eran muy pobres. En el puerto la familia logró un mejor pasar e incluso pudo dar estudios a sus dos hijos, Araceli y Miguel Ángel. Él estudió la licenciatura de periodismo pero no alcanzó a graduarse porque antes se enamoró de Agustina, decidieron casarse.

Durante un tiempo fue bombero, de entonces le quedó la costumbre de escuchar la radio todo el día en busca de accidentes como de noticias. Después entró de lleno al periodismo.

A sus 19 años Miguel Ángel comenzó a trabajar en Notiver, donde logró crecer hasta ser editor, subdirector editorial y autor de la columna Va de nuez, que salía en la página 2. Milo Vela, como firmaba sus textos, era una persona pública: el columnista más leído del diario más popular del puerto, Notiver.

En 1992 publicó el libro Masacre en el llano de La Víbora, que narra el asesinato de policías federales en un enfrentamiento con el ejército en disputa por un cargamento de drogas de un avión que aterrizó en los Llanos de Sotavento.

Trabajó cerca de cuatro décadas en prensa. Casi todo el tiempo en Notiver con una breve pausa de unos cinco años colaborando en otros medios: estuvo en Telever (Televisa Veracruz) y El Diario de Xalapa como jefe de corresponsales de policiales, al tiempo que colaboraba en TV Azteca con reportajes. Regresó a Notiver, donde trabajó hasta el día de su muerte.

Sus colegas lo recuerdan de carácter hosco y algo distante, amigable sólo con aquellos en quienes confiaba. Lo nombran Don Miguel, con ese tipo de respeto que infunden quienes son recios.

No le gustaba viajar. Tanto que mandaba a su esposa e hijos de vacaciones sin él para que pudieran disfrutar.

Era reservado de su vida personal aunque había un momento diferente: la fiesta anual de Notiver Yazmín dice que a ese evento los llevaba siempre, que se la pasaba muy contento y jamás les permitía faltar. De esas fiestas guarda la única foto que tiene bailando con su papá.

Miguel Ángel vivió junto a su esposa Agustina por 34 años. Eran muy apegados. Todo lo hablaban, todo lo compartían. Lo bueno como lo difícil: si uno se ponía a dieta, el otro también.

Él tuvo problemas de salud y había descuidado su cuerpo pero logró salir gracias a Agustina: ella le pidió a médicos amigos que lo asustaran diciéndole que estaba en riesgo de muerte. Entonces dejó de tomar alcohol, empezó a andar en bicicleta y bajó de peso.

Tuvieron tres hijos y él les enseñó el oficio periodístico a los dos varones, Miguel Ángel y Misael. Disfrutaba ese proceso pero también era muy exigente.

Vivía pegado a la radio de transistor primero, tipo nextel después. Y nunca escribía a partir de boletines, dice Yazmín: iba al terreno a ver con sus propios ojos e incluso necesitaba “oler al muerto”.

Misael López Solana

Misael López Solana

Misa, como le recuerdan, era muy apegado a sus papás Miguel y Agustina. Tenían secretos, recuerdos, bromas de complicidad. Era el menor de los tres hijos y los mayores, Miguel y Yazmín, ya eran grandes cuando nació Misael. Por eso era el consentido de todos.

Le gustaba la fotografía.

A sus 20 años consiguió trabajo en la oficina de comunicación social del ayuntamiento de Boca del Río y ahí pasó dos años hasta que se cambió a Notiver para trabajar junto a su papá. Entró directo a la fuente policiaca, un mundo que le fascinaba. Sus colegas lo recuerdan durante las guardias en la base que armaban a la espera de alguna novedad.

–Era un niño, un niño grande. Un gordito que llegaba y hacía su relajo. Era muy alegre–, dice Makanaki, un fotógrafo veterano de la policiaca del puerto, sin esconder la ternura que le despierta hablar de él.

Lo recuerda llegando en su carro Chrysler Cruiser rojo donde cargaba a todos cuantos cabían. Dice que se protegían mutuamente con su hermano Miguel, quien también fotografiaba nota roja. Y pasa de la sonrisa a una tristeza profunda cuando recuerda la mañana en que Miguel lo llamó urgente a su casa. Al llegar se encontró con el multihomicidio. Cachorro, como le decían su padre y todos, ofreció a Makanaki que pasara a la escena del crimen a despedirse de ellos porque sabía del cariño mutuo. El veterano fotógrafo, el hombre que por décadas ha visto la muerte, no pudo hacerlo: sintió intolerable ver a Misa, su padre y su madre asesinados.

Misael tenía 22 años.

Estaba de novio con Ángeles. Ella estudiaba medicina, él ejercía sus primeros años como periodista. La relación había empezado unos 8 años antes cuando cursaban la secundaria. El papá de ella se oponía porque los sentía muy pequeños para estar noviando, entonces comenzaron a verse a escondidas y él la dejaba en la esquina de su casa. Primero caminando, después en su carro.

Misa era grandote, medía cerca de un metro ochenta de altura. Tragón, le gustaba comer de todo. Por eso llegó a estar bastante excedido de peso y empezó una dieta que iba bien: ya había bajado casi 30 kilos.

Su hermana recuerda que estaba fumando mucho, todos le decían que debía dejar ese vicio.

Le gustaba escuchar hip-hop.

Yolanda Ordaz de la Cruz

Yolanda Ordaz de la Cruz

Entaconada, maquillada y bien arreglada: así recuerdan a Yolanda sus colegas. Enseguida agregan que era una mujer de carácter muy fuerte.

A Yola -como la nombran- jamás la vieron usar tenis: siempre zapatos de plataforma con jeans ceñidos. Le gustaba usar alhajas de oro cobrizo, oro oaxaqueño. Al cabello se lo pintaba de rojo.

De ella recuerdan también que era brava, enojona y malhablada. Que podía dar de gritos a un colega como a un funcionario, que mandaba a muchos a la chingada. Que tenía mecha corta y se imponía. Su modo tal vez para abrirse paso en un mundo de hombres, la nota policíaca.

Esa fue su única fuente, el camino que eligió transitar desde el inicio profesional hasta llegar a lo máximo posible en donde vivía: fue por muchos años la reportera titular de la sección Sucesos en el diario más leído del puerto de Veracruz, Notiver.

Yolanda nació en el estado de Oaxaca. Su padre era militar y falleció cuando era pequeña. Su madre, doña Juanita, era ama de casa. Yolanda y su hermano crecieron en un hogar campesino con gallinas en el patio.

Después ambos se mudaron a Veracruz, donde Yolanda estudió periodismo en la universidad estatal. Apenas se tituló empezó a trabajar. Notiver fue el lugar de la práctica, donde desarrolló el oficio especializándose por completo en policiales. Miguel Ángel Velasco, Milo Vela, fue su padrino profesional. Su maestro, jefe y también su gran amigo.

En Notiver cuentan que fue tan rutinaria como apasionada por su trabajo. Cada día hacía lo mismo. A las 10 de la mañana pasaba por el Ministerio Público y una a una preguntaba a sus fuentes qué novedades tenían. De 2 a 7 trabajaba en la redacción. De salida, desde la vereda gritaba a su colega Raymundo Espejo: “oye, sal que ya traigo tu café”.

La nota policiaca era su pasión. No le impresionaba ver muertos ni sangre, lo que realmente le afectaba era cuando hacían daño a algún niño. Una vez cacheteó a un violador mientras lo detenían, recuerda Raymundo.

–Cosa que, vaya, es un abuso porque tú no eres más que un espectador, pero era tanta la pasión, el enojo y la rabia de que alguien pueda cometer un abuso contra un menor indefenso que… creo eran sus grandes temores.

Brava pero también generosa con quienes decidía adoptar de alguna manera, tanto dando consejos como pagándoles algún gasto. Varias son las anécdotas de notas buenas que ella consiguió pero no dudó en compartir el crédito a colegas. Así ocurrió con en el caso de un ciudadano español que era buscado en su país y fue localizado en Veracruz para extradición.

Yolanda tenía 48 años de edad -28 en el periodismo- y era madre de dos niñas. Las protegía mucho, se preocupaba mucho por ellas. Dicen también que hoy estaría contenta de saber que una es maestra y la otra fotógrafa.

Le gustaba tomarse unos tequilitas y comer, como lujo, acamayas. También picadas con tasajo y salsa verde bien picosa. Veracruz y Oaxaca.

Regina Martínez Pérez

Regina Martínez Pérez

Le gustaba mucho leer literatura.

Regina nació el 7 de septiembre de 1963 en el municipio Gutiérrez Zamora en la región de Totonacapan, donde se cultivan la vainilla y la naranja, tierra de mucho trabajo campesino y poco dinero. Ahí donde sacan petróleo del suelo pero la riqueza no llega a las personas que habitan -y trabajan- la tierra.

Tuvo 10 hermanos aunque poco contó a sus amigos en Xalapa de la vida familiar, la infancia o sus orígenes. Era una mujer reservada, también una periodista prudente: quería proteger a los suyos de los riesgos asociados a su trabajo. No exageró, el tiempo demostró que su labor incomodaba a personas de poder.

Cuando fue asesinada era ya una corresponsal respetada, los ojos del semanario Proceso en el estado de Veracruz. Pero antes de eso hubo una larga trayectoria con mucho esfuerzo, dedicación y sacrificios.

Regina estudió periodismo en la Universidad Veracruzana. Empezó como reportera en TV Más, televisora estatal de Veracruz. Se mudó a Chiapas y allá trabajó en El Sol de Chiapas y Número Uno. Por decisión propia cubrió el levantamiento zapatista y ese mundo indígena que se rebelaba.

Después, a mediados de los 90, regresó a su estado donde se integró al diario Política, de postura crítica. Allí trabajó durante 20 años hasta que la despidieron pero no se resignó, inició un juicio que acabó ganando. Con ese dinero se pudo comprar su casa.

Colaboró con el periódico nacional La Jornada y en enero del 2000 empezó como corresponsal de Proceso, la revista más importante de la política nacional.

También fue profesora, dio clases a periodistas jóvenes que de alumnos pasaron a ser colegas.

Como periodista siempre eligió por fuentes a sectores populares, movimientos sociales y desfavorecidos. Cafetaleros, campesinos, trabajadores. Denunció y documentó los abusos que sufrían. Ellos al parecer la querían mucho y la respetaban tanto que cuando ofrecían conferencias de prensa a veces esperaban a que llegara Regina para empezar a hablar.

No quería cubrir narcotráfico, en los últimos tiempos pidió expresamente a Proceso que no le asignaran esos temas. Pero sí reportó e investigó casos de corrupción, abusos de poder y vínculos entre gobernantes, funcionarios y crimen. Reveló, por ejemplo, violaciones graves a derechos humanos cometidas por el ejército. Documentó algunos de los más polémicos e importantes casos que ocurrían en Veracruz, con trascendencia nacional e incluso internacional.

Recibió amenazas y un par de veces la intimidaron dejándole mensajes dentro de su casa pero decidió no hacer públicos esos incidentes. Siguió investigando. Poco antes de ser asesinada pidió a sus familiares que se mantuvieran distantes por su propia seguridad, porque trabajaba en algo fuerte.

Tenía 48 años.

Chaparrita, medía 1.50 metros de altura. Los colegas recuerdan sus bromas pero también su carácter muy duro. Y sus opiniones, tajantes.

Guillermo Luna Varela

Guillermo Luna Varela

Cuando llegaba de trabajar comía lo que hubiera. No quería que su mamá, doña Mercedes, se pusiera a cocinarle. Guillermo era feliz con tortillas y frijoles, sólo les agregaba queso (cuando había). Lo que sí le gustaba era quedarse platicando con su mamá, eran confidentes.

A Memo lo recuerdan como un muchacho serio desde que era niño. Isabel, su hermana mayor, dice que en la infancia no jugaba mucho y más bien tenía gran sentido de la responsabilidad. Que empezó a trabajar joven porque solito se obligaba a pagar gastos de la casa. Cuando Isabel se divorció Guillermo tenía menos de veinte años pero colaboró a pagar pañales, leche y lo que hiciera falta para sus sobrinos.

En preparatoria escogió el área de reparación de aire acondicionado pero nunca trabajó en eso, apenas graduado se fue de fotógrafo. Se fue pegado a su tío Gabriel Huge, a quien apodaban Mariachi y era un referente en el periodismo policíaco del puerto de Veracruz.

Mario Alberto Sosa, otro experimentado fotoreportero del puerto, revisa fotos en su celular. Tiene imágenes de Memo haciendo guardia, en una volcadura. Afuera del penal, en la “base” que hacían para esperar noticias. Se ve un muchacho divertido y así lo recuerda aunque enseguida brota la contradicción:

–Estaba muy chavito. Le faltó disfrutar un poco más el hecho de ser reportero policíaco.

Mario, Makanaki como le llaman, sigue mirando las fotos que conserva. Son periodistas tomando algunos tragos, divirtiéndose, comiendo juntos. Luego las mismas personas en escenas de crimen, subidos a una patrulla o una ambulancia. Son colegas trabajando, entre ellos Guillermo. Makanaki pasa de sonrisa en sonrisa a medida que revisa las fotos.

–Memo era un desmadroso, le gustaba mucho el relajo. Él no ponía mucha atención a su trabajo por andar haciendo relajo con los que estábamos cerca de él. Un metro 75, más o menos por ahí media Memo. Muy dedicado a su trabajo, eso sí, a pesar de que era muy desastroso agarraba y cuando había que trabajar él daba todo. Se quitaba la camisa y daba todo, eso sí se puede decir, se lo puedo decir porque varias veces le decía yo ‘oye Memo, ¿vas al accidente? Sí. No seas mala onda cúbreme, es que me da flojera ir hasta allá. OK te regalo fotos’. Y ahí iba a sacar unas muy buenas fotos.

Dicen su mamá y su hermana que Guillermo estaba contento porque ya había logrado vender fotos a varios medios. En uno le pagaban 1,500 pesos, con otros acompletaba un mejor sueldo y el nuevo proyecto editorial junto a su tío lo ilusionaba con expectativas de una vida más holgada.

Después empezó a vender textos también, se ponía doblemente orgulloso. Notiver y Veracruz News eran algunos de los medios donde estaba colaborando. También Diario Cardel, donde colegas recuerdan que hablaba ya con la jerga de un experto en nota policial, que es casi otro idioma.

Andaba en una moto viejita con pesos contados para la gasolina pero pudo comprar su primera cámara de fotos. Cuando lo asesinaron todavía estaba pagándola.

Tenía 21 años.

Gabriel Huge Córdova

Gabriel Huge Córdova

Cuando era niño sus padres lo dejaron al cuidado de la abuela y la familia lo cobijó. Mercedes, su tía, fue como su mamá. Isabel y Guillermo, sus sobrinos, como hermanos menores.

Gabriel trabajó desde pequeño. Vendía periódicos primero, y se lanzó al periodismo después. Se enamoró del oficio de fotorreportero desde el primer instante aunque, como era alguien chambeador, igual no se conformaba: un cibercafé, un videoclub, una lavandería de ropa con máquinas automáticas aparecen en la larga lista de sus emprendimientos.

Colaboró en el periódico El Sur y después en Notiver, dedicado por completo a la fuente policial. La radio en su cuarto no se apagaba nunca, dice Isabel. Recuerda el mismo sonido durante toda la noche: el transistor con las frecuencias de policía donde reportaban accidentes, asesinatos, tragedias.

Yo me asomaba a la ventana y si acababa de llegar de algún accidente le ganaba el sueño y se quedaba dormido ahí afuera, en su vochito rojo.

Para llegar a alguna noticia dejaba el plato a medio comer.

Nadie lo conoce por Gabriel, todos le dicen u-ge como suena su apellido, sin pronunciarlo en inglés. En el medio periodístico también le dicen Mariachi porque a su primera cámara, una Pentax de película, la llevaba en un estuche de violín.

Mario Alberto Sosa, Makanaki, es mayor en edad pero dice que -como muchos- aprendió de Huge.

–Porque cuando yo lo conocí en el 2002 ya a Huge lo conocía todo el mundo. Los ministerios públicos, porque se metía a los ministerios públicos a preguntar ¿van a traer a alguien? ¿a quién van a traer? Pues vamos a traer a fulano de tal porque hizo esto y esto. Y él empezaba a apuntar en su libretita. Redactaba muy bien, redactaba muy bien.

Varios lo describen como un colega generoso que compartía sus conocimientos a los más jóvenes, que incluso disfrutaba de enseñarles.

Estuvo en Notiver junto a Milo Vela, Misael Velasco y Yolanda Ordaz. Era amigo cercano de todos, tanto que fue él quien informó a Miguel Ángel, hijo de Milo, del asesinato de su familia.

Como muchos, tuvo que desplazarse para salvar la vida y sobrevivir al veto implícito que les cayó encima.

Fiel a su estilo emprendedor, decidió fundar un nuevo diario. Se llamaría El Regional de Veracruz, allí colaborarían su sobrino Guillermo, fotógrafo, e Irasema Becerra, quien se dedicaba a vender publicidad. Estaban en eso cuando los asesinaron a los tres junto a Esteban Rodríguez, también fotorreportero.

-Huge tenía novias por donde sea –resume Makanaki riéndose–. Cubría desde Cardel hasta Alvarado. A él todo el mundo lo conocía, tanto en el Ministerio Público como policía, Cruz Roja, todos conocían a Gabriel Huge. Siempre andaba en pantalón de mezclilla, sus zapatos de todo terreno, sus camisas polos, a veces camisas de mangas largas de vestir.

Era papá de Valeria.

Esteban Rodríguez

Esteban Rodríguez

–Con todo y que era una cosita así, chaparrito, medía como 1.50 más o menos, era tremendo para los trancazos.

Un día hubo un problema, bueno en la fuente policíaca siempre hay problemas. Yo le saqué la foto una vez a un maestro y me tiró bronca el afectado y me fue a buscar hasta donde yo estaba para pegarme. Entonces Esteban llegó, se descolgó no sé de dónde, llegó y empezó como gallito ‘a ver vamos a darnos un tiro tú y yo, órale cabrón, al negro no lo vas a tocar’. Era muy protector de los cuates, siempre, siempre, eso se lo puedo decir claramente”.

Esa anécdota pinta a Esteban de cuerpo completo, dice Mario Alberto Sosa, Makanaki, un veterano fotógrafo del puerto de Veracruz. Lo conoció por ahí de 2002-2003, y trabajaron juntos unos diez años. Hacían base en Allende y Canal, donde estaba el antiguo penal Ignacio Allende. Ahí se reunían muchos reporteros de nota policial. No acostumbraban a contar de su vida porque en esa fuente es común mirar sólo para adelante, pero a lo largo de tantos años alcanzó a conocer más al Furcio, como llamaban a Esteban.

Dice que era muy familiero, que siempre pasaba el tiempo libre con sus seres queridos. Eso más que ir a bares o a fiestas. Terminando su guardia iba directo a su casa, Makanaki lo sabe porque desde allá contestaba el teléfono cada vez que le marcaban fuera de hora.

A Esteban le fascinaban las motocicletas. Y la velocidad. Tal vez por eso siempre llegaba primero a las escenas del crimen. Luego se compró un carro y chocó fuerte, se volteó pero salió ileso aunque el auto quedó destrozado.

Siempre andaba intentando que sus colegas compraran motos más grandes. Su afición por los motores venía desde la infancia porque su papá tenía un taller mecánico en el puerto de Veracruz, donde nació y creció.

Durante 6 años fue reportero policiaco. Colaboró unos cinco años con el Diario AZ, también con Imagen y un tiempo hizo guardias nocturnas para Notiver, además de algunas notas para TV Azteca. Cuando asesinaron a Milo Vela, Misael Velasco y Yolanda Ordaz, la plana mayor de Notiver, Esteban fue uno de quienes huyeron para salvar la vida.

Luego regresó pero ya no quiso trabajar en prensa. Dejó el oficio que ya sentía demasiado peligroso. Trabajó entonces en el taller mecánico familiar y en la Central Nucleoeléctrica Laguna Verde, donde se capacitó como soldador. Estaba realizando gestiones y pruebas para integrarse a la Comisión Federal de Electricidad.

Víctor Báez Chino

Víctor Báez Chino

Fumaba cigarros sin filtro. No se despegaba del radio en la frecuencia policial. Trabajaba siempre con una taza de café o una lata de refresco entre sus manos.

Xany recuerda que su papá la llevaba a trabajar y tiene muchas fotos que documentan esos tiempos. En una se ve a Víctor muy joven, reporteando con su beba en brazos.

Le contagió el amor por un oficio que era prácticamente su vida, al que entregaba todo porque no le importaba perderse eventos sociales ni familiares. Víctor ponía al periodismo siempre por delante aunque luego le pesara el terreno perdido en los afectos.

A Xany le compartía algunas de sus claves para cubrir la nota policial: ser auto-exigente, investigar, buscar un ángulo artístico en las fotos, bloquear sentimientos para que el dolor no afecte tanto y nunca -nunca- dejar de anotar.

A la grabadora casi no la ocupaba. Siempre iba con las libretas. Decía tienes que poner atención y escribir los puntos importantes.

Víctor empezó cubriendo estilo de vida, luego deportes y política. La nota roja fue su cuarta opción pero el verdadero anzuelo que lo atrapó para siempre, lo que a él le gustaba. Tanto que llegó a convertirse en un referente, un reportero que hizo escuela en la nota roja, dice el periodista Noé Zavaleta.

En 25 años de trayectoria, a Víctor le tocó sortear los cambios tecnológicos: cuando empezó trabajaban con placas, luego computadoras y el internet. En un cuarto de siglo de experiencia fue editor de la sección de Policía del periódico Milenio en Xalapa y colaborador de AZ Diario. Antes en El Martinense, El Diario de Xalapa y El Sol de Córdoba. En 2008 junto a un grupo de colegas fundó el sitio web Reporterospoliciacos.com, que fue todo un éxito.

Sus colegas le decían El Gavilán, sus amigos Pachi.

Nació y creció en la capital del estado. Quedó huérfano de madre a los 8 años.

Escribía poesía que publicaba en Estela Cultural de El Diario de Xalapa, firmaba con los seudónimos Chino y Sad Andeola. Le gustaban la obra de Jaime Sabines, las historietas de Mafalda del caricaturista Quino y escaparse a ver funciones de cine. Dibujaba retratos al carbón y también pintaba. En las artes descansaba, viajaba, hacía todo lo que la ajetreada vida de reportero de nota diaria no le permitía.

Disfrutaba de mirar la luna, sobre todo en el mes de octubre. Le tomaba fotos y fue acumulando una gran colección de fotos de la luna.

Sus comidas favoritas eran carnes y mariscos, especialmente ostiones. Algún tiempo trabajó como mesero en un restaurante de Tlapacoyan porque el periodismo no alcanzaba para mantener a la familia. Por la mañana daba noticias en la radio, por la tarde mesereaba.

Intentó tocar la guitarra pero no se le dio. Su ex esposa, Alma Elia, y sus dos hijos, Jonathan y Xany, lo recuerdan con amor.

Tuvo un nieto que no alcanzó a conocer. Como él, se llama Víctor.

Gregorio Jiménez de la Cruz

Gregorio Jiménez de la Cruz

Las noches eran el momento favorito: toda la familia reunida frente a la televisión, comiendo palomitas y viendo una película en DVD. A las diez, si la película no había terminado se apagaba la tele para terminar de verla la noche siguiente. Los títulos generaban debates divertidos porque a Gregorio le gustaban las comedias, a Carmela las de terror y sus hijos tomaban partido de acuerdo a las propuestas.

Era el ritual favorito de Gregorio. Le gustaba compartir tiempo con sus 7 hijos. Todos gritando, todos riendo, juntos. Gregorio Jiménez de la Cruz también disfrutaba pintar al óleo, cantar y componer canciones para su iglesia evangélica (las iba anotando en una libretita). Otro gusto era agarrar cangrejos en el mar para luego compartirlos en la mesa familiar. Lo hacía cuando había tiempo libre, que en realidad era poco.

–Con Goyo era siempre trabajar, él nunca se quedaba quieto –recuerda Carmela, su viuda. Chaparrita, morena, enérgica. Es una mujer igual de imparable que tiene dos o tres trabajos en simultáneo, apenas un par de horas libres entre carreras de un lado al otro.

Gregorio nació en Minatitlán. Allá trabajó desde que era niño porque su padre abandonó a su mamá y los hijos, todos varones, tuvieron que salir a ganar dinero para sostener los gastos de la casa. Goyo repartía tortillas, acompañaba a su madre a vender comida y trastes. Después estudió para técnico electricista con lo cual empezó a componer planchas, licuadoras, lavadoras.

Durante mucho tiempo se dedicó a la electricidad hasta que conoció el periodismo cuando su hermano Avelino empezó como reportero. Le gustó ese oficio, además de divertido implicaba un mejor sueldo.

Así Gregorio se acercó a pedir trabajo en Notisur. No tenía experiencia pero le emocionaba el mundo de las noticias, recuerda Zayda Chiñas, su jefa de redacción. Le regalaron un manual de periodismo y ella misma le corrigió cada texto.

Firmaba con el pseudónimo “El pantera”. Cubrió la fuente policíaca de los diarios Notisur, Liberal del Sur y La Red, aunque cuando murió ninguno de esos medios quiso pagar su ataúd.

Era mejor el periodismo que ser electricista pero sin carrera universitaria, habiendo aprendido a leer y escribir por su cuenta, tampoco era tan cómodo el pasar de un reportero. Ganaba apenas 20 pesos por nota (que entonces era cerca de un dólar z medio).

Entonces él y Carmela decidieron empezar a fotografiar eventos sociales. Tomaban retratos en bodas y primeras comuniones. Se compraron un traje de Santaclós para las fotos de diciembre y un burrito para el día de la Virgen de Guadalupe.

Carmela, Gregorio y sus hijos se mudaron varias veces por razones laborales. Vivieron muchos años en el municipio de Villa Allende, periferia de Coatzacoalcos a donde se llega cruzando un largo túnel bajo el agua. Pero también algún tiempo en Villahermosa, estado de Tabasco, y en Cancún, Quintana Roo.

Tenían un Chevy blanco y una motocicleta que Goyo compró a plazos. Decidieron construir su casa en los límites de Villa Allende. Un hogar que al momento del asesinato tenía piso de tierra y estaba aún sin puertas.

–Él colaba la loza, hacía el cemento, pegaba blocks.

Moisés Sánchez Cerezo

Moisés Sánchez Cerezo

Cargador de astilleros, obrero petrolero, cartero, vendedor de periódicos, vendedor ambulante de frutas, chatarrero… Moisés trabajó de tantas cosas que a sus familiares les cuesta enlistarlas. Trabajó desde que era niño, le tocó hacerlo cuando su papá abandonó a su mamá y los siete hermanos tuvieron que colaborar para el sustento.

Muy joven conoció a su esposa, María Ordóñez Gómez. Ella tenía 15 años, él 16. Fueron muy compañeros. Tuvieron a un único y adorado hijo, Jorge.

Moisés nunca pudo estudiar una carrera pero le sobraban energía y entusiasmo. Era autodidacta. Le gustaban los cursos por correo, tomó uno de detective y otro de derecho.

Casi adolescente tuvo su primera experiencia como periodista: en un conflicto laboral decidió hacer volantes y repartirlos. Nació en él la idea de fundar un periódico y logró consolidarla en 1990, cuando empezó a editar e imprimir La Unión: un medio que mantuvo vigente con recursos propios hasta el día en que fue secuestrado.

Primero fue un volante hecho a mano, después en máquina de escribir. Tipeaba las notas, recortaba párrafos, los pegaba y fotocopiaba. Se facilitó el trabajo cuando pudo comprarse su primera computadora, por ahí del año 2002, y su hijo Jorge le ayudó a migrar al mundo digital. Diez años después se compró una minilaptop de empeño.

La Unión de Medellín aparecía de manera irregular: cada vez que Moisés tenía el tiempo y el dinero para publicarla. Recogía información mientras andaba en la calle, sobre todo en sus años como taxista, y escribía durante la noche cuando todos en su casa se iban a dormir. En sus mejores momentos llegó a distribuir cerca de mil copias de cada edición y a veces voceaba las noticias.

Sus vecinos lo recuerdan hasta hoy porque era una fuente informativa muy popular en Medellín, un municipio conurbado a Veracruz y Boca del Río. Lugar de calles de tierra sin drenaje ni servicios públicos. Zona de casas humildes, muchas abandonadas en los últimos años de violencia. Ahí es donde les alcanza para vivir a quienes trabajan en la ciudad.

La Unión era un medio completamente ciudadano. Moisés era un asumido periodista y activista preocupado por las injusticias del mundo. Balconeaba obras inconclusas, cuestionaba a las autoridades locales, daba espacio a quienes reclamaban por falta de atención.

Ello le valió amenazas, por ejemplo cuando el alcalde Aquiles A. Rodríguez Exome (1998-2000), perredista, le apuntó con una pistola. También criticó y enfrentó públicamente a otro alcalde, el panista Omar Cruz Reyes (2014-2015), a quien en sus notas llamaba “el mentiroso”.

Las discusiones entre Moisés y las autoridades locales eran públicas. En general no publicaba nota roja. Tenía muy buena relación con sus colegas del puerto y se había transformado en una fuente para ellos. Vía Moisés se enteraban lo que ocurría en esa zona relegada de la agenda informativa; vía Moisés se amplificaban noticias que alcanzaron relevancia nacional e incluso internacional. Eso molestaba a algunos.

Había nacido en Veracruz pero llevaba más de 30 años en Medellín, donde él y María compraron terreno en la comunidad El Tejar. Junto a su hijo Jorge, su nuera y sus nietos vivía en una casa que llevaba años construyendo con mucho esfuerzo. Un lugar de paredes sin repellar, un hogar humilde que todavía no han podido terminar.

Moisés era evangélico. Una de sus frases favoritas era “vivir con miedo no es opción”.

Armando Saldaña Morales

Armando Saldaña Morales

Nació en Laguna Chica, Veracruz.

Tenía 52 años de edad, con 25 de experiencia periodística.

Colaboró con varios medios en la región de Córdoba y Tierra Blanca: El Mundo de Córdoba, El Sol de Córdoba, La Crónica de Tierra Blanca y Radio Max.

Al momento de su asesinato tenía un programa llamado en la filial de radio La Ké Buena, una emisora muy popular en México. Era un espacio dedicado a crítica y comentarios políticos de la región. Se transmitía los sábados a las 14 horas, los oyentes participaban.

Armando era una persona conocida y respetada, un referente en su zona. En entrevistas posteriores a su asesinato lo nombran como ese amigo confiable e informado a quien se podía llamar siempre. Varios dijeron que “no tenía problemas con nadie” pero también en esas entrevistas alguien que pidió anonimato dijo “Armando era un periodista muy frontal. Daba información veraz muy fuerte, y no se mordía la lengua. Si hablaba de cañeros, por ejemplo, pues decía lo que pensaba, aún y cuando ese es uno de los temas delicados en toda esta zona de Tierra Blanca, porque hay muchos intereses de dinero y de poder”.

Le tocó ser periodista en tiempos convulsos, cuando esa región comenzó a sufrir un avance del crimen que ha seguido escalando. Su tierra se convirtió en zona de secuestro de migrantes y robo de combustibles a Petróleos Mexicanos, el llamado huachicoleo. Algunos dicen que Armando investigaba el tema de chupaductos, otros aseguran que no se metía a esos temas.

En lo que sí coinciden es en su descripción: carismático, tranquilo y platicador. Sonriendo se le ve siempre en las fotos que se conocen de él.

Junto a su esposa, María Isabel, tuvieron una única hija, Marlén.

Armando era chaparro, moreno y gordito. Le gustaba el beisbol, incluso lo narraba.

Juan Atalo Mendoza Delgado

Juan Atalo Mendoza Delgado

Nació en Veracruz el 10 de marzo de 1969.

Trabajó un año en Notiver, hizo fotografías para la revista Siempre y luego por 17 años fue reportero en el periódico El Dictamen, uno de los más importantes del puerto y más antiguos de Latinoamérica.

En ese diario Juan Mendoza cubrió policiales pero también información general y espectáculos. Algunos colegas que siguen en la redacción lo recuerdan con cariño. La directora, Bertha Ahued Malpica, dice que fue buen trabajador, buena persona, que se fue por sus deseos de independencia y no por otras causas. Que nunca hubo problemas con él.

Juan Atalo tuvo 6 hermanos. No estudió la carrera de periodismo, era autodidacta. Cuando fundó su propio medio lo llamó Escribiendo la verdad. Auténtica tribuna de Veracruz. Un portal donde puso explícitos sus objetivos: “informarte de lo que sucede diariamente, lo que pasa mientras usted duerme, lo que se vive mientras el resto de la gente duerme, lo que los reporteros arriesgan para hacer su nota y llevar información a su hogar.”

Una de sus principales pasiones fue la lucha libre. Y se animó incluso al cuadrilátero: peleó en el equipo de los técnicos, con máscara. Ni cuando se hizo periodista, nunca abandonó esa pasión, dice su esposa Taide Griselda. Muestra una montaña de fotografías: son imágenes que imprimía para conservar. La mitad retratos con luchadores, la otra mitad con artistas, cantantes, deportistas.

Al revisarlas sonríe Griselda, mujer pura dulzura, atenta y detallista. No hay nada fuera de lugar en su casa, un hogar de dos plantas que ambos empezaron a construir con mucho esfuerzo después del nacimiento de su hijo, Juan Zanoni. Lo nombraron así en honor de un famoso y perseguido reportero jarocho quien además fue maestro de su padre en el oficio.

Juan y Griselda pasaron 17 años juntos, los primeros doce en unión libre y luego se casaron. Ella terminó la casa después del asesinato de su esposo. Trabaja en una cadena de cafeterías.

Recuerda que a Juan Atalo le gustaba escuchar música, sobre todo salsa y cumbia. Que lo veía contento siendo periodista de nota roja en El Dictamen como también en su intento por remontar su portal de noticias.

Para tener mejores ingresos, en simultáneo que periodista era taxista. El carro era propio, un Nissan Tiida. La placa, número económico 1962, era rentada.

A los últimos tiempos los pasó entre reuniones y mítines. Buscaba competir en las siguientes elecciones. Se había unido al PRD, quería ser alcalde de Medellín.

Rubén Espinosa Becerril

Rubén Espinosa Becerril

Politizado, rebelde, con mucha conciencia social: así recuerdan a Rubén. Era uno de esos reporteros que también son activistas, un modo de ejercicio del periodismo que incomoda a bastantes personas (incluso a los colegas).

Rubencillo le llaman quienes compartieron más tiempo con él. Le nombran con tristeza. Algunos recuerdan que vivía con pesos contados pero si había alguien junto, compartía el taco o lo que tuviera. Otros dicen que a veces no tenía dinero para comer pero se desvivía por alimentar a su perro, Cosmos. Que le gustaba fumar y tomar café. Que les abrió su casa, que les pasaba fotos, que ayudaba a denunciar injusticias.

Rubén Espinosa Becerril nació en el DF el 29 de noviembre de 1983. Creció en la colonia Tacubaya.

No estudió la carrera de periodismo ni tomó cursos de fotografía, fue completamente autodidacta. En la capital del país colaboró primero con la agencia Eklipse Photo. Después se mudó al puerto de Veracruz donde trabajó para El Golfo Info. Dos años más tarde se fue a Xalapa y así, en total, vivió 8 años en el estado de Veracruz.

Como muchos periodistas, tuvo que tomar trabajos en política y administración pública: las áreas de comunicación social siempre ofrecen oportunidades. Fue fotógrafo de la campaña electoral de Javier Duarte como aspirante a gobernador (2009); trabajó para Elizabeth Morales y en comunicación social cuando ella fue alcaldesa de Xalapa (2012). Pero entonces pudo colocar algunas imágenes en agencias de prensa y viró por completo al fotoperiodismo, que era su pasión. No le quedó de otra tampoco porque, siendo uno de los reporteros más activos en los reclamos después del asesinato de Regina Martínez, recibió amenazas y lo acabaron despidiendo a principios de 2013.

Colaboró con las agencias AVC y Cuartoscuro, después también con Proceso, la revista política más importante de México. Ahí consiguió portadas y notas que golpearon a la gestión de Duarte pero más que nada le gustaba cubrir movimientos sociales.

Aunque no alcanzó a conocer su lanzamiento público, fue uno de los fundadores del colectivo Voz Alterna. Esfuerzo de un grupo de reporteros que tenía dos objetivos: generar espacios para capacitarse y publicar las historias que los medios comerciales no cubrían debido al fuerte control que había por parte del gobierno estatal.

Sintió amenazas cada vez más fuertes, por eso se movió a la Ciudad de México. No optó por el silencio: desde la capital denunció lo que ocurría en Veracruz, las razones por las cuales se tuvo que desplazar. Dio entrevistas en video, nunca ocultó su identidad. Dijo que era difícil empezar de nuevo, que le daba mucho coraje y dolor. Que no había presentado denuncia formal ante autoridades “porque no confío en ninguna institución del estado”.

Fue asesinado en la capital del país a sus 31 años.

Anabel Flores Salazar

Anabel Flores Salazar

Le gustaba la música de banda. También el fútbol, era aficionada al Cruz Azul. En sus ratos libres disfrutaba mirar telenovelas.

Anabel estudió la carrera de comunicación en la Universidad del Golfo, en Orizaba. Hizo sus prácticas profesionales en el diario El Mundo y ejerció el periodismo por unos seis años.

Sus seres queridos recuerdan que le apasionaba su trabajo, que seguido se quejaba de la mucha entrega con poco sueldo pero que aún así elegía al periodismo cada día. Varias veces le dijeron “ya salte de ahí", pero a ella la movía la pasión.

Empezó cubriendo información general y regional en El Mundo y El Buen Tono. Después pasó a El Sol de Orizaba como freelance, vendiendo notas. Ahí cubrió la fuente policíaca por medio año, más o menos.

También publicaba con seudónimo en secciones de nota roja y en Facebook, donde muchas veces hay más lectores que en la prensa. Como nombre falso, como estrategia para resguardar su seguridad, se había puesto y subía contenidos en el grupo

En una de las notas publicadas poco después de su asesinato, un colega y amigo la describió atrabancada y atrevida. Dijo que tenía “bien trabajadas” a sus fuentes, que era intrépida porque siempre quería traer la nota o la foto. Igual contó que sus compañeros la cuidaban mucho, tal vez por su carácter, tal vez por ser mujer.

Sus colegas la recuerdan sencilla y en las fotografías que se han difundido de ella no se la ve ostentando lujos. Vivía en una casa de dos pisos en una colonia de interés social del municipio Mariano Escobedo, a 15 minutos de Orizaba. Una región de montañas altas, mucha humedad y clima templado cerca del límite con Puebla.

Lugar que en el pasado fue escenario de grandes batallas históricas como la lucha por la Independencia y en el presente lucha por subsistir. Atrapada entre balaceras, secuestros y robos de vehículos -incluso trailers- a quienes atraviesan sus carreteras.

Una amiga fiel, así la recuerdan. Entregada a sus afectos igual que a su trabajo.

Su comida preferida era el café con galletas Chokis, de mantequilla con chispas de chocolate.

El día en que la secuestraron y mataron, Anabel estaba dentro de su casa cuidando de sus hijos. El mayor tenía entonces tres años, el más chiquito apenas dos semanas de nacido.

Ella tenía 28 años y era mamá soltera. Se la llevaron en pijama.

Manuel Torres González

Manuel Torres González

De él lo primero que recuerdan sus colegas son dos características: buen humor y solidaridad.

Benjamín Portilla Solís, experimentado periodista de Poza Rica, cuenta que Manuel aceptó llevarse como pupilo a su hijo Benjamín Portilla Domínguez cuando decidió que sería reportero igual que su papá. Manuel le explicaba cómo entrevistar, cómo tratar a las fuentes pero incluso le enseñó a manejar en su carrito. Hasta lo impulsó a cubrir una vacante en uno de los principales diarios.

–Le dije pues no le sé bien y él me dijo tú di que sí. Fue la primera vez que entré a un diario y entré a la sección de nota roja, a la policíaca del periódico Noreste por invitación de él (…) Cuando yo llegué me mandaron a un curso, me mandaron a otro curso y todo, me pusieron mil trabas para que no me quedara porque yo tenía 17 años (…) Pero Manuel se aferró a que yo estuviera. Ya me había prometido a mí el trabajo y se aferró hasta que me metió ahí a trabajar.

Lidia López, otra reportera de larga trayectoria y también docente, recuerda cuando ella llegó al Noreste. Era la única mujer en la sección policiales, donde fue Manuel el compañero más solidario.

–Yo ya tenía una hija y para mí fue difícil porque nunca había trabajado la nota roja. Él me ayudó muchísimo, a veces hasta terminaba haciendo de mi chofer, me apoyaba trasladándome.

Cuenta que a veces discutían por coberturas pero él acababa dándole la razón, entre risas diciéndole “me chingaste”. Tantos años trabajaron a la par que vieron pasar la vida: ambos tenían dos hijos, de las mismas edades y compañeros de escuela. De tanto tiempo laboral compartido guarda puros buenos recuerdos, ninguna diferencia importante.

Manuel Torres González era director de su propio medio informativo, Noticias MT. Antes fue corresponsal de TV Azteca (2003-2011) y publicó en varios medios de su región. Entre ellos Noreste de Poza Rica (2003-2011), Imagen del Golfo (2003-2005), Papantla Tukulama (2005), Diario de Poza Rica (2013) y El Mundo de Poza Rica (2014).

Fue integrante del Frente de Comunicadores del Norte de Veracruz y del Club de Periodistas Reynaldo de Jesús García Pérez. Dos espacios de articulación que algunos reporteros han intentado sostener para cuidarse entre sí.

–Poza Rica ha sido violenta desde siempre, la ciudad es violenta con los medios de comunicación pero su asesinato se dio en la época de más opacidad y más violencia, en el gobierno de Javier Duarte (…) Eran tiempos de rotación de funcionarios (…) Estaba mucho el crimen en la dependencia. La policía trabajaba para el crimen. No sabemos qué callo pisó Manuel –, dicen cuatro colegas reunidos para hablar del caso.

Se sabe que en el pasado, en la década de los años 80, Manuel Torres colaboró con el CISEN aunque nadie tiene precisiones. Unos dicen que tenía sueldo, a otros no les consta, y no hay certeza de si seguía con ese vínculo o tendría acceso a información privilegiada.

Después del asesinato, algunos medios dijeron que había estado reportando protestas de los trabajadores de Petróleos Mexicanos (Pemex), reclamos por falta de agua en algunas zonas de Poza Rica y conflictos entre grupos delictivos y fuerzas de seguridad. Denunciaba balaceras, ejecutados, secuestros y enfrentamientos en un municipio de disputa por el cártel de Los Zetas. Si bien ese fue su cotidiano durante años, desde mediados del 2015, cuando creó su portal Noticias MT, Manuel dejó de publicar notas de ese tipo. Más bien subía contenidos de actividades del gobierno, de la secretaría de seguridad pública y de campañas políticas de la región.

En simultáneo que reportero era colaborador del ayuntamiento de Poza Rica.

Lo habían secuestrado una vez. Trabajó para un diputado y ganaba mejor que algunos colegas. Era compartido, si los encontraba de noche les invitaba el trago o pagaba la música.

Pedro Tamayo Rosas

Pedro Tamayo Rosas

El fútbol era una de sus mayores pasiones. De joven fue portero, dicen muy bueno, y cuando nacieron sus hijos encontró el camino perfecto para encauzar ese gusto: se dedicó a entrenar equipos infantiles. Fue director técnico de Posada del Sol y Pandilla Naranja. Pero no sólo los preparaba, también se encargaba de conseguirles el uniforme, patrocinio, organizar lo que hiciera falta.

Otra cosa que disfrutaba mucho era pasar el tiempo con su familia, sus amigos, sus seres queridos. Se la pasaba convocando a reuniones sociales y cuando le preguntaban ¿qué vamos a festejar? respondía “no sé, el día del perro, el día del árbol pero vamos a juntarnos”. Le gustaba la fiesta, le gustaba la música pero no bailaba, dice Alicia Blanco, su viuda.

Se conocieron trabajando, se enamoraron y enseguida pasaron a compartir la vida toda. Ocurrió en medio del revuelo por la desaparición de una muchacha que luego regresó pero ningún periodista conseguía la nota. Pedro entrevistó a la madre de la chica, hizo un texto que llevó a La Crónica de Tierra Blanca, el periódico donde Alicia redactaba y hacía el diseño.

–Le dije qué chingona te quedó y lo invité a colaborar. Con una nomás, le agarró la onda solito. En una hora trajo cuatro notas.

Pedro no era periodista. Había trabajado en un restaurante en Veracruz, luego haciendo censos para el INEGI y en otras chambas. En un instante halló nueva vocación y compañera de vida: empezaron un camino juntos. Se la pasaban corriendo de un lado al otro, cubriendo policiales porque les picó la misma adicción a la adrenalina. Iban en un carro que compraron a plazos, después en una motito.

Dos veces secuestraron a Pedro, las dos frente a Alicia. La primera mientras documentaba a una camioneta estrellada contra una casa, la segunda porque en una nota él escribió “delincuencia organizada”, algo que no se podía decir en aquel tiempo, estaba vedado.

Pedro Tamayo nació el 8 de diciembre de 1972 en Tierra Blanca pero creció en Mata de Caña, un pueblo que hoy tiene 135 habitantes. En los setenta era una comunidad aún más pequeña junto a la carretera, en el campo. Ahí pasó su infancia haciendo amistades que le duraron toda la vida.

En su trayectoria como periodista fue conocido y respetado. Colaboró en diarios locales como El Piñero de la Cuenca, Al calor político, Mi Revista Veracruz y El Cañero de la Cuenca. También fundó su propio portal de noticias, En la línea de fuego. Alicia dice que no buscaba convenios de publicidad, sólo anunciaba de forma gratuita a algunos vecinos porque en realidad vivía de su sueldo en el gobierno estatal.

Era empleado del área de Planeación y Estrategia de la Secretaría de Seguridad Pública de Veracruz.

Según la revista Contralínea, en sus publicaciones cuestionaba al fiscal general del Estado, Luis Ángel Bravo Contreras, y al gobernador Javier Duarte. En junio de 2014 cubrió por varios días el hallazgo de fosas clandestinas en el municipio Tres Valles, donde se exhumaron 35 cadáveres que presuntamente habían sido asesinados por el cártel de Los Zetas.

Alicia y Pedro fueron pareja durante 22 años, tuvieron dos hijos. Eran esposos y también amigos. Cuando se sentaban a escribir escuchaban a Chavela Vargas pero la canción favorita de él era El diablo y yo, de Bienvenido Granda. Un danzón orquestado y pegajoso que acaba diciendo:

Esta verdad resulta una ironía

Que nos uniera el diablo vida mía

Y no podré borrar de mi memoria

Que por el diablo conocí la gloria.

Manuel Gabriel Fonseca

Manuel Gabriel Fonseca

Sus colegas periodistas lo apodan Cuco.

Nació en una familia pobre y trabajó desde niño. Limpiaba casas primero, a sus 12 años fue repartidor de una revista y después, a sus 15 descubrió un nuevo mundo.

“No había terminado la secundaria, pero Manuel Gabriel necesitaba trabajar para llevar dinero a su casa y consiguió un trabajo de limpieza en casa de Araceli Shimabuko, una periodista de su pueblo –reconstruyó el portal Nuestra Aparente Rendición–. Araceli lo sacó de limpiar y lo puso a repartir la revista Paisajes, que ella dirigía. Todos los días tomaban un taxi desde su colonia hasta el centro. Mientras ella reporteaba, él repartía las suscripciones de la revista en oficinas de gobierno. Era lo más cerca que alguna vez había estado de esos mundos: los interiores y el tras bambalinas del Palacio de Gobierno, una mirada de lejos al alcalde, alguna rueda de prensa a la que acompañara a Araceli. El secre de Araceli lo llamaban funcionarios y periodistas.

Manuel Gabriel conoció a los reporteros de la zona. Se fascinó cuando algunos lo llevaron a cubrir eventos que lo marcaron: quiso dedicarse a eso.

Consiguió una cámara de película y empezó a tomar fotos. Las revelaba y escaneaba en algún cibercafé. Después pudo comprarse una digital que recuerdan mostraba a todo el mundo con orgullo, según la reconstrucción periodística.

Consiguió trabajo en El diario de Acayucan, después en El Mañanero. Le cambió la vida. En entrevistas realizadas años atrás, su papá dijo que llegaba a casa de madrugada, a la una o dos de la mañana, impresionado a veces porque había visitado la morgue. Su hermano contó que les llevaba memelas o empanadas “y nos levantábamos todos a cenar”.

Dice el periodista Noe Zavaleta: “Según compañeros del reportero del Diario de Acayucan, Cuco se fogueó muy rápido ‘y llegó un momento en que lo utilizábamos para las notas que nadie quiere cubrir: las de madrugada, las que están más lejos. Era él quien corría a cualquier hora a la comandancia policiaca, al reclusorio, al Ministerio Público, a la delegación de la SSP, a la PGR, a todos lados’. Además, reporteros de la nota roja solían “gratificarlo” con el desayuno o “los tacos de la cena” por compartir “datos y fotografías”. La mayor satisfacción de “Cuco”, subrayaron, era alimentar su ego, porque él tenía la información que nadie más traía.”

También había ganado el cariño y la simpatía de muchas personas. Por eso algunos decidieron apoyarlo para que estudiara:

le pagaron útiles e inscripción en la Universidad Popular Autónoma de Veracruz con sede en Oluta, Soconusco. Quería ser licenciado.

Su papá, Juan Fonseca, trabaja boleando zapatos. Su mamá, Candelaria Hernández, y su hermano Ricardo padecen de enfermedad mental. Ella entristeció mucho con la desaparición de Gabriel y se deterioró mucho su salud: “perdió la razón tanto esperar a su hijo”, resume el papá.

Manuel Gabriel, Cuco, tenía 19 años cuando fue desaparecido.

Miguel Morales Estrada

Miguel Morales Estrada

Tenía 35 años cuando fue desaparecido.

“Fue siempre un muchacho muy alegre, muy metido en sus notas, y era un colaborador muy eficaz”, resume Luis Óscar Rodríguez, su jefe en Diario de Poza Rica.

Miguel trabajó primero en labores de mantenimiento en el periódico y cuando tuvo oportunidad entró al equipo de redacción. Fue reportero y fotógrafo desde febrero de 2012 hasta el momento de su desaparición, el 24 de julio de ese mismo año.

Igual mandaba textos que fotografías pero resultaba evidente que le gustaba mucho más tomar las imágenes. Luis Óscar cree que, más que por mandato, cubría la nota policial por deseo propio: “Siempre tuvo ese amor por la nota roja. Como que le gustaba la adrenalina, andar corriendo siempre en los accidentes, homicidios y pues el acontecer diario”.

Aunque tenía sueldo seguro en el periódico, como muchos otros periodistas tenía que mejorar sus ingresos con múltiples trabajos. Por eso también vendía notas a otros medios como Tribuna Papanteca y www.gobernantes.com

Fue periodista empírico, no tuvo la posibilidad de estudiar la carrera. Vecino de la Colonia Morelos donde residía con su esposa y las hijas de ambos. De condición humilde como muchos periodistas que viven al día.

Cuando fue desaparecido, Miguel Morales andaba en preparativos para la fiesta de 15 años de una de sus hijas. Ya había contratado al grupo musical, estaba cotizando banquetes. Lo recuerdan emocionado, tanto que pidió a un colega le enseñara pasos de baile porque no era su fuerte y le preocupaba quedar mal en el momento del vals.

Sergio Landa

Sergio Landa

Fue rotulista, pintor, árbitro de fútbol y tejedor de cinturones. Básicamente una persona chambeadora que trabajaba de lo que cayera, dicen sus amigos.

También fue empleado público en el ayuntamiento de La Antigua, de donde trabajó cinco años y fue despedido en un recorte de presupuesto. Así llegó a Diario Cardel, su primera experiencia en prensa.

Llegó al periodismo ya grande, a sus 40 años.

Ofrecían una vacante para diseñador y, debido a su experiencia como rotulista, se acercó a pedir el trabajo. Resultó que necesitaban más un reportero. Sergio decidió probar más por necesidad que por gusto.

“Me desmayo viendo un muerto”, recuerdan dijo en sus primeros días pero enseguida le picó la pasión de la nota policial. En la fuente empezaron a llamarlo el pintor, por sus antecedentes en ese oficio, y Speedy González o el reportero de hule porque cuando se caía de su moto enseguida se levantaba, relata el portal Nuestra Aparente Rendición.

En Diario Cardel empezó ganando 1,500 pesos por quincena sin seguro social ni día de descanso. Al momento de la desaparición ganaba 5,000 pesos al mes más un teléfono y una motocicleta prestados para trabajar.

“Era una persona muy noble. Muy honesto. No tenía malicia para nada”, resume Jesús Augusto Olivares Utrera, su colega. No se conocían hasta que coincidieron en la redacción y de ahí surgió una amistad entrañable que sobrevive al tiempo. Dice que Sergio enseguida empezó a tener contactos y fuentes, “se volvió un reportero empírico”. Eran tiempos oscuros en Veracruz pero especialmente en Cardel, donde Sergio algunas veces se arriesgaba por impericia y otras quedaba expuesto cuando los jefes editaban sus textos o le adjudicaban notas que él no había hecho, aquellas que no debían firmarse por la censura implícita de la maña.

Era alguien carismático pero además muy querido en su comunidad. Tanto que un partido político -Nueva Alianza- lo buscó para que fuera candidato a diputado.

Sergio Landa nació en El Zapotito, una comunidad que hoy tiene unos 700 habitantes en el municipio de Úrsulo Galván. Su papá era campesino, su mamá ama de casa. Tuvo muchos hermanos.

Tuvo dos parejas. Con su primera esposa, Isabel Lagunes, tuvieron tres hijas. Su segunda pareja fue Adela Hernández Meneses.

Sergio ejerció el periodismo durante cuatro años y algunos meses. Publicó sobre todo en Diario Cardel pero también en otros medios como ReporterosPoliciacos.com.

Sus amigos lo recuerdan alegre y fiestero. Bailador, sobre todo de salsa y cumbia. Se mantenía en buena forma física porque era deportista, corría a menudo, seguia arbitrando partidos para ganarse unos pesos más. Era apasionado del fútbol. Le iba a las chivas, al Club Deportivo Guadalajara.